Conferencia dada por James Hillman en 1997
Traducción de  Enrique Eskenazi
“El cielo retiene dentro de su esfera la mitad de todos los cuerpos y los males”
Paracelso
Seguramente reconoceréis que el que haya venido aquí es muestra de 
considerable audacia. Osadía, incluso. Pues éste es vuestro campo de 
conocimiento, no el mío; vuestra profesión, no la mía; y vuestra 
responsabilidad.
El que no tenga yo responsabilidad respecto a esta antiguo tema y a esta
 profesión durante tanto tiempo apreciada -y difamada- me permite ser 
irresponsable en lo que pienso y digo esta mañana. Solo en virtud de tal
 irresponsabilidad puedo sentirme lo suficientemente libre como para 
decir algo que pueda ser útil para vosotros.
A diferencia de vuestro compromiso para con vuestro trabajo y con la 
defensa de vuestro campo, mi compromiso sólo es con un constante 
interés, incluso un amor, a la astrología como fenómeno arquetipal, esto
 es: extendido, intemporal, emocionalmente potente, profundamente 
resonador y generativamente inventivo y también poderosamente peligroso.
 Por ello, a causa de estas cualidades, la palabra arquetipal es 
adecuada para el mismo campo.
Si es arquetipal, la astrología está aquí para quedarse; porque no se
 irá, debe ser arquetipal. Y no se irá. El historiador de la cultura 
Theodore Zeldin escribe: “… En 1975 un grupo de 192 eminentes 
científicos, incluyendo diecinueve premios Nobel, dirigidas por un 
profesor de Harvard, publicaron un manifiesto declarando que les 
preocupaba la creciente aceptación de la astrología en varias partes del
 mundo… Uno de los firmantes, un profesor de astronomía en la UCLA, se 
quejó de que un tercio de los estudiantes de sus clases profesaban 
creencia en la astrología, y también su esposa”. 
Zeldin informa además 
de que un tercio de la población en Francia e Inglaterra admiten creer 
en la astrología, y entre los franceses (“donde la lucidez es una virtud
 nacional”) “el 90 por ciento conoce su signo zodiacal” (Una Historia 
Intima de la Humanidad, Harper Collins, 1984, p. 339)
Acerca de su peligro, tendremos más que decir más adelante; su poder 
emocionalmente seductor me sorprendió hace unos 45 años, en Zurich, 
cuando me hicieron mi primer tema, aunque ya había aprendido los 
elementos simbólicos y la grafía antes de eso. Fue tal la convicción que
 vino junto a esa primera lectura que continué estudiando astrología. 
 Este interés permanente, esta fascinación, este amor no me ha abandonado
 nunca. A la vez, tengo que aclararos que ni creo en ella, ni la 
practico, ni entiendo cómo “funciona”, aun cuando la astrología forma 
una de mis lenguajes fundamentales para la reflexión psicológica.
Sencillamente, para mí la astrología devuelve los acontecimientos a los 
Dioses. Depende de imágenes tomadas de los cielos. Invoca un sentimiento
 politeísta, mítico, poético, metafórico de aquello que es 
inevitablemente real. Esto es lo que hace a la astrología eficaz como un
 campo, un lenguaje, un modo de pensar. Es el portador para la 
mentalidad popular de la gran tradición que sostiene que todos habitamos
 en un cosmos inteligible, propocionando así a las preguntas humanas 
respuestas más que humanas. 
Nos obliga a imaginar y a pensar en términos
 psicológicamente complejos. Es politeísta y por lo tanto va en contra 
de la mentalidad dominante de la historia de Occidente.
Tomo prestada la palabra “eficaz” de Paracelso, que dijo, “se vuelve 
médico sólo aquél que conoce aquello que es innominable, invisible e 
inmaterial, y sin embargo eficaz”. Y tomo prestada la idea de las 
antiguas lecturas neoplatónicas de las posiciones e influencias 
planetarias. 
Los intérpretes neoplatónicos en el Renacimiento y aún 
antes encontraron una lectura beneficiosa, eficaz, aún de los planetas 
más difamados, como Saturno, y de las constelaciones menos auspiciosas. 
Todos los Dioses desbordan beneficios; era tarea humana, la tarea del 
intérprete, descubrir estos beneficios. De otro modo nos perdemos las 
bendiciones y las confundimos con maldiciones.
En mis propios decursos, encontré los beneficios de Saturno un día en
 Roma hace unos años. Estaba contemplando el viejo templo de Saturno, 
cerrado a los visitantes por las autoridades. Cerrado, como dicen en 
Roma, por restauración. La restauración podría durar ya quinientos años,
 y podría continuar otros quinientos años más; pues uno de los modos en 
que la Iglesia puede impedir que el pasado politeísta tiña nuestra 
religión actual es mantener cercados los antiguos lugares. Así que 
muchos de los viejos templos están en construcción, en restauración, o 
son considerados “arquitectónicamente peligrosos”.
Como sea, se me ocurrió al estar ahí que las maldiciones que Saturno 
me había infligido : frialdad y alejamiento de la intimidad humana, 
obsesión con ideas, oscuros humores depresivos que paralizaban la 
acción, preocupaciones sobre situaciones concretas que yo intentaba 
poner en orden, un manejo torpe de la novedad, frivolidad y 
artificialidad electrónica, cargas del deber, periodos de rigidez y 
aspereza hacia mí mismo y hacia los demás- todas estas maldiciones 
habían sido tomadas literalmente.
No había captado su eficacia: cómo me 
protegían, me mantenían en el camino, fiel al llamado, permitiéndome 
pensar y aceptar la soledad, y cómo habían permitido que el orden fuera 
derrotado en nombre de la ausencia y el vacío.
En otras palabras, las 
maldiciones que atribuía a Saturno eran bendiciones. Además, aquel día 
en Roma me di cuenta de que somos nosotros quienes hacemos de Saturno un
 planeta maligno, negativo, interpretando las bendiciones que otorga 
sólo en un sentido rígidamente opresivo, como pesadas cargas en lugar de
 dones de peso. Perdemos una mitad: la mitad celestial del mal. Puesto 
que no es el Dios quien nos maldice, somos nosotros quienes maldecimos 
al Dios mal interpretando su eficacia.
La astrología neoplatónica encontró la razón de nuestra tozudez, 
nuestro sentimiento de victimización, por ejemplo por Saturno, en el 
hecho de que todas las almas están atrapadas en la estupidez del 
naturalismo, literalismo, concretismo. Tomamos literalmente nuestros 
sufrimientos: aprehendemos las cosas sólo tal como aparecen 
naturalmente; insistimos en que lo real es concreto. Estos errores de 
entendimiento se deben a que nuestras almas están encerradas en hyle, la
 palabra griega para el material rígido. 
De modo que el viaje del alma, 
de acuerdo con la alquimia de Michael Meier, comienza en Saturno y 
concluye en Saturno, esto es: comienza en la opresión y la victimización
 a la vez que, escondidas en la rigidez de nuestra mente, están las 
bendiciones de las metas de Saturno. Su verdadero propósito, escribían 
las autoridades, estaba “dirigido a la iluminación y guía del intelecto y
 a conducirlo al conocimiento de lo que es correcto y útil”.
Debéis recordar aquí que eficaz no sólo significa positivo. Los dones
 de Saturno todavía pueden sentirse como opresivos y limitadores. Un don
 no es sólo lo que literalmente parece ser: tenemos que disfrazarlo 
bellamente para esconder que cada don es también potencialmente tóxico; 
cada don (gift) es también un Veneno (Gift), la expresión alemana para 
“veneno”. 
En efecto, en algunas culturas, como la China, un don puede 
usarse como una maldición subliminal; y, a menos que rápidamente se lo 
repare con un contra-don al benefactor, uno permanece cautivo, esto es, 
obligado, atado, constreñido, limitado por ese don. Por ello es que 
cuando más uno tarde en escribir un agradecimiento, más se vuelve una 
carga: un don desprovisto de su envoltura revela su maldición latente.
La lectura neoplatónica de un tema devuelve todas las cosas a los 
Dioses, pero no hace las cosas ingenuamente positivas. El modo eficaz de
 leer tan sólo rehúsa a dividir las cosas simplemente en negativas y 
positivas, afortunadas y desafortunadas. Una cuadratura puede volverse 
un Beethoven, un trígono un Forrest Gump.
Así, la lectura eficaz de la “otra mitad” invisible que afecta a 
nuestros cuerpos y nuestros males, como dice Paracelso, no significa una
 lectura feliz de planetas felices en posiciones felices. 
Júpiter en Leo
 en la casa dos, o diez, no indica meramente optimismo, magnanimidad, 
calidez expansiva; sabemos que también invita a la exageración, al 
derroche, a entusiasmo indiscriminado. Las costas lejanas a las que 
Júpiter empuja pueden ser venturosas y a la vez infladas y 
superficiales. En cada situación debemos tomar en cuenta el sitio 
cultural de la persona a quien uno le habla, el portador del tema.
Quisiera acentuar esta idea de sitio. Un humano está situado; una 
carta está situada. El momento natal es siempre en algún sitio. Ese 
sitio no es sólo un mero conjunto de coordenadas geográficas, longitud y
 latitud. El sitio es también una cultura, una naturaleza, una historia,
 una política, una geografía, un lenguaje, un estilo, un carácter. 
El 
sitio no es un accidente de nacimiento, sino aquel sitio único y 
particular el cual, decía el neoplatónico Plotino, el alma escoge como 
una de sus cuatro elecciones básicas: los padres, el cuerpo, las 
circunstancias y lugar de entrada en este mundo (Ver mi “Código del 
Alma”). Dónde esté uno y dónde uno entre en el mundo parece importarle 
al alma. Y este “donde” rige distintivamente sobre todas las 
generalidades y comunidades que los astrólogos emplean al leer un tema.
Un residente de Bay Area en la proximidad de Tiburon o Larkspur puede
 responder casi sin notar a un “Buenos días”. Una pequeña inclinación de
 cabeza, un pequeña sonrisa de acuerdo a una convención familiar. En 
Maine, “Buenos días” puede originar como respuesta un “Ya tengo otros 
planes”. En Manhattan, “”métase en sus asuntos” y en Alabama “Oh, 
gracias, muchas gracias, y que también Ud. tenga un buen día, y vuelva a
 pasarse por aquí”.
Acentúo estas diferencias en maneras de hablar porque manifiestan 
diferencias en situaciones. 
No es que ahora me interese destacar si 
estas diferentes localidades -Bay Area, Maine, Manhattan, Alabama- 
reflejan rasgos astrales pertenecientes a este o aquél signo zodiacal, 
sino que me interesa destacar la importancia del sitio en la lectura de 
una carta, puesto que cada sitio tiene su propio humor y su tiempo, su 
atmósfera y su botánica, su historia y su cultura.
Los diagnósticos psiquiátricos consideran el sitio como parte del 
cuadro clínica. Recuerdo a uno de mis profesores psiquiátricos en Suiza 
que advertía acerca de los diagnósticos de depresiones maníacas. 
Asegúrese de saber de dónde viene el paciente, ya que lo que puede 
parecer depresión puede ser culturalmente normal en los valles 
cristianos y rocas escarpadas de la Suiza interior, y lo que puede 
parecer manía puede ser la conducta habitual en un pueblo bávaro.
Nuestro planeta también es un planeta y necesita nuestro reconocimiento 
cósmico. La suavidad polinesia y el rigor espartano son más que 
leyendas; son determinantes. La cívicamente cohesiva Minneapolis y la 
decadentemente deliciosa Nueva Orleans son sitios planetarios que 
comportan tanto en el carácter y el destino como los sitios de los 
planetas en un tema.
Al comienzo dije que, puesto que la astrología es arquetipal, es 
poderosamente atractiva y por lo mismo peligrosa. Quiero ahora 
extenderme sobre este peligro. Es el peligro con el que he estado 
luchando durante muchos años de muchas maneras en mis escritos: el 
literalismo. Específicamente para nosotros hoy, el literalismo 
astrológico.
Dos tipos de literalismo afligen a la astrología, de modo que la 
astrología, como el psicoanálisis, puede correr el riesgo de volverse 
una fe fundamentalista. El primero tiene que ver con el tiempo. 
Llamémosle el Literalismo Temporal. Se ve reforzado por cálculos, 
tablas, exactitudes, minutos y segundos. No cuestiona suficientemente la
 idea de tiempo, sino que está cogido por el tiempo. 
Creo que es posible
 continuar haciendo estos cálculos matemáticos, pero considerarlos menos
 como rigurosas medidas de tiempo y más como un servicio ritual, un 
conjuro teúrgico necesario para constelar la visión psíquica, intensidad
 de foco, elaborar un procedimiento distanciador así como en otras 
artes, la medicina por ejemplo, se deben usar medidas cuidadosas y dosis
 exactas, y así como las curas nativas en culturas menos técnicas usan 
cuidadosa precisión en sus prescripciones, o como los cocineros realizan
 su arte en términos de tiempo y medidas. 
Pero todo esto es un ritual 
para enfocar la intuición y refinar las propias habilidades, más que 
para presentar los hechos verdaderos de lo que efectivamente está 
ocurriendo, u ocurrirá o ha ocurrido ya, en una incognoscible esfera 
invisible, aquella otra mitad más allá de este mundo.
Dejando de lado el apego literalista al tiempo podemos también 
liberarnos de otro poder peligrosamente atractivo en astrología: la 
tentación de predecir. El segundo literalismo es la creencia en la 
influencia causal de los cuerpos astrales o los planetas reales. 
El 
literalismo astrológico supone que podemos conocer esa “otra mitad” que 
reside en el Cielo y, por medio de cálculos matemáticos basados en la 
comprensión literal del tiempo, atribuir causalidad a estos poderes 
celestiales.
Creo que debemos deconstruir estos literalismos. 
Creo que la tarea 
que llama al astrólogo es pensar más poéticamente y metafóricamente, y 
menos causalmente, como si la astrología tuviera que obedecer a la 
ciencia Newtoniana. No creo que necesitemos atribuir propiedades 
causales a los planetas o sus constelaciones, y por lo mismo no 
necesitamos saber cómo funciona la astrología. 
Más bien podemos dejar 
que la carta opere como un mantra que proporciona revelaciones, una 
mirada en el más allá, un mapa de lo no visto, un compendio de poderes 
invisibles operando en conjunto. Incluso podemos hablar de estos poderes
 invisibles como dioses que gobiernan, como fuerzas que influencian. Sin
 pretender conocer dónde residen efectivamente, cómo operan, lo que 
intentan.
Sugeriría un modo más fenomenológico de leer y menos metafísico o 
teológico. 
La fenomenología trata con las cosas tal como aparecen. Deja 
de lado las especulaciones sobre orígenes, causas, explicaciones, 
teorías. Así es como trabajo en psicología. No tengo teoría de los 
sueños: cómo vienen, qué buscan, dónde se originan. Tampoco tengo una 
teoría de los síntomas, de las neurosis, de la locura o de la salud 
mental. 
No conozco las fuentes primarias de ninguna de las cosas que me 
encuentro en la práctica. No sé qué ha provocado los acontecimientos 
sobre los que se me informa, y no me preocupo en absoluto por sus 
orígenes. 
No atribuyo el poder literal de cuasalidad a un recuerdo 
paterno de abuso brutal o un recuerdo materno de descuidada crueldad. En
 cambio, contemplo los fenómenos. Estudio lo que se presenta: el 
problema, las imágenes, los dolores, los sorprendentes giros del destino
 -aspirando a salvar los fenómenos de las explicaciones para poder 
permanecer enfocado en sus rostros. 
Tomo cada cosa por lo que muestra. 
He asimilado entre mis hábitos mentales lo que la filosofía, tanto 
oriental como occidental, han enseñado: la causalidad en este simple 
sentido es ilusoria. Más aún: deviene un método para huir de la 
confrontación con los fenómenos que están justo enfrente de la propia 
nariz. Esto es lo que quise decir antes al afirmar que no entiendo la 
astrología. Además, no necesito ni quiero entenderla. Ya es suficiente 
para mí ese compromiso con sus proveedoras y eficaces revelaciones.
De modo que una cuadratura Júpiter-Saturno en signos fijos, tal como 
yo tengo, una Luna o un Plutón aislados con sólo débiles contactos o 
ninguno, no son causas de problemas o errores, miserias o luchas. Estas 
posiciones en un tema natal proporcionan imágenes a ser ponderadas por 
su riqueza simbólica y amplificaciones míticas. Proveen datos 
arquetipales, dones divinos.
Aquí intento mostrar el paralelismo entre un enfoque fenomenológico, 
arquetipal, en la práctica de la psicología y en la práctica de la 
astrología. También intento distinguir entre lo práctico y lo empírico. 
La astrología es un arte práctico, pero no una ciencia empírica.  Algunos, como Gauquelin, pueden tratar de establecer una base empírica 
para ella, juntando pruebas estadísticas de datos reunidos. Yo no veo la
 necesidad de esto. Es que acaso establecemos el valor práctico y la 
veracidad del arte por medio de datos estadísticos? Nuestras pruebas 
tanto en la terapia como en la astrología no son de tipo científico sino
 de tipo humano: anécdota, testimonio, revelación.
Quizás no debiera plantear esta distinción con tanto rigor, esta 
distinción entre práctico y empírico. “Empírico” original y 
tradicionalmente no significaba establecer una idea por medio del método
 científico. Más bien, “empírico” se refería originalmente a los 
médicos, sanadores y practicantes que se guiaban y basaban sus prácticas
 en la observación y en la experiencia más que en la teoría. 
Lo que digo
 es que no tenemos que tener una teoría explicativa para las 
experiencias psicológicas y/o astrológicas a fin de practicar nuestras 
profesiones. Sólo necesitamos dedicarnos a los fenómenos; necesitamos 
estudiar, cuidar, vigilar, escuchar, a fin de ser practicantes 
responsables de nuestros artes.
He de confesar que tomo más bien literalmente las dos primeras 
palabras en la frase de Paracelso; “El Cielo retiene” (dentro de su 
esfera)”. Y no arguyo con él acerca de las palabras “mitad” y “todo” 
(mitad de todos los cuerpos y los males). No creo que haya querido decir
 mitad matemáticamente, como cincuenta por ciento. 
Creo que quiso decir 
que uno sólo consigue una media-verdad, una cura parcial, un 
entendimiento defectuoso si uno descuida el Cielo. Respecto a la enorme 
generalización de esa palabra “todo”, tengo que conceder que o bien el 
cosmos entero lleva los efectos del Cielo, o uno debe decidir qué partes
 no están bajo su gobierno, qué acontecimientos y cuerpos pueden 
declararse independientes de los efectos de los Dioses.
Pero en aquellas primeras palabras “El Cielo retiene”- he ahí el 
misterio! ‘Cielo’, la palabra, entró en el inglés a través del Sajón, el
 antiguo Alemán gótico. El origen último de la palabra “cielo“(heaven), 
dice el diccionario, es desconocido. Se lo define como más allá del 
firmamento (sky); mientras que cielos, en plural, se usa para regiones, 
esferas, jerarquías bajo cuya ley vivimos, más allá y desconocidas, y a 
las cuales cada vida e incluso cada momento de la vida aspira como si 
fuera su fin o su meta. 
El Cielo connota lo divino, como cuando al 
probar una tarta borracha de chocolate amargo exclamamos “celestial, 
divino”. Y “séptimo cielo” es el mayor júbilo, y “cielos arriba” invoca a
 los Dioses y Diosas.
Ahora atendamos a lo siguiente. Paracelso dice que este cielo que rige 
la mitad de nuestras vidas no está sólo más allá del firmamento y es 
invisible, externo a la esfera humana, sino que, horribile dictu, 
retiene, contiene, preserva, guarda, no deja ir, no se abre a esa mitad 
de nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestros males, así como a todos 
los cuerpos y males en la tierra.
¿Está Paracelso bajo la influencia de la vieja ecuación de Dios y 
Saturno, un dios controlador, retentivo anal, un Dios ausente que 
contiene la mitad del destino en sus manos y que sin embargo es un Dios 
que no puede ser visto, mostrar su rostro, manifestarse? 
Creo que esa 
visión del Cielo puede haber prevalecido en tiempos de Paracelso, 
también antes y después, pero no creo que fuera su visión, ni que él 
fuera ese tipo de criatura de Saturno.
Prefiero pensar que Paracelso insiste sobre la mitad invisible de 
nuestras vidas, la mitad astrológica retenida por esferas más allá de la
 naturaleza, de modo que esta mitad no es aprehensible directamente por 
ningún método de la ciencia natural, ningún tipo de comprensión mundana o
 naturalista. Intentamos llegar a los cielos mediante las especulaciones
 de la teología, el misticismo, la metafísica, la poesía, la matemática,
 pero el cielo se contiene, se retiene y se resiste, y así su esfera 
permanece hermética, secreta.
De modo que nosotros, humanos, conscientes de que vivimos sólo de 
medias-verdades y vemos sólo a través de un cristal oscuro, nos volvemos
 a la astrología para encontrar el camino de regreso al cielo, a la 
fuente invisible que afecta a nuestros cuerpos y a nuestros males. 
En 
términos de Jung, estamos en busca del Dios en la enfermedad, no 
meramente esta o aquella enfermedad (disease) literalmente clasificada, 
sino en la inquietud (dis-ease) llamada también vida. El astrólogo 
revierte los acontecimientos a sus causas en los cielos, sacando así a 
la persona fue de las circunstancias y orientándola hacia el cielo.
De 
aquí el sentimiento revelatorio cuando se hace una interpretación 
conmovedora; la puerta del cielo Imprevistamente se abre, se hace la 
conexión entre las dos mitades, esta vida aquí y esa esfera allí. La 
astrología es entonces un arte divino, pero no el arte de la 
adivinación, pues eso es nuevamente literalismo: un literalismo de la 
predicción y del tiempo.
La tarea del astrólogo, entonces, como la del psicólogo arquetipal, 
es menos traer los dones del Dios a mi vida, que el dar vida a los 
Dioses. 
Cada visión, cada patología, cada trozo de buena suerte que 
conecto a los planetas mantiene vivos a los Dioses. A ésto los 
cristianos podrían llamarlo un movimiento redentor. Prefiero ver esta 
tarea de devolver los acontecimientos a los celestes invisibles, un 
proceso de epistrophé siguiendo la idea del Neoplatonismo, o ta’wil en 
el misticismo persa. Esta visión ve el mundo entero lleno de un innato 
deseo de retornar a su fuente imaginal, su esencia arquetipal, su otra 
mitad en el Cielo.
Así, por ejemplo, aquí estoy, digamos un ascendente Géminis, en todos
 mis males y en mi cuerpo: las vacilaciones del carácter, la atención 
distraída y dividida, la duplicidad, la divertida tortura de ver ambos 
lados y luchar con las oposiciones, nervioso, encantador e impaciente, a
 la vez la lengua presta del engaño que formula la vida, como un 
periodista o un predicador, antes de vivirla, la intensa sensibilidad, 
los pequeños acuerdos, las múltiples conexiones del prestidigitador, del
 charlatán y del murmurador, el agotamiento que llega con la prisa y la 
excesiva conectividad , todas estas características pertenecen a mi 
carácter, esto es, el depósito celestial en mi alma, un tesoro de 
mercurio tornasolado, un mineral metálico o un cuerpo planetario al cual
 mi vida, tal como la vivo, puede pulir y volver lustroso y útil. 
Este 
pulir de los males de lo dado es lo que los escritores como Blake y 
Keats y Lawrence han llamado “almificar” (soul-making). El almificar 
(soul-making) devuelve a los Dioses lo que me dieron y que traje conmigo
 al llegar, devolviéndolo más “refinado” y “sofisticado” como dicen los 
alquimistas.
Cada vez que una consulta astrológica puede devolver una 
característica a su divino personaje (character), pulir un problema para
 que brille en una luz diferente, revelar al Dios en la enfermedad, 
dejar al cliente ver claramente por un momento aquella otra mitad 
celestial, el astrólogo está realizando una epistrophé (conversión), 
devolviendo una mescolanza en lo humano a un mito en los Dioses.
Para que no concluyáis que mi énfasis en los dioses, lo divino, los 
cielos, los invisibles, es elevado e intelectual, recordemos que los 
planetas residen primariamente dentro de constelaciones de animales. Los
 planetas están principalmente guardados en las cuadras entre bestias. 
¿Porqué este más allá del Cielo está diseñado por un mapa de formas 
animales, y estas formas son tan terrenales: no halcones y búhos y 
palomas, o ruiseñores o águilas, sino serpientes y escorpiones, peces y 
cangrejos, carneros y cabras, caballos y toros? ¿A qué viene esta 
preponderancia de animales?
Para nuestras mentes vulgares, arrogantes, recientes, occidentales, 
“animal” significa bruto, bestia, tonto, más bajo en la escala 
evolutiva. Sin embargo en la mayoría del mundo antes de nuestros tiempos
 y aún hoy mismo en muchos sitios del mundo, los animales son los 
verdaderos maestros de la humanidad, espíritus guardianes y constantes 
compañeros del alma. Algunas terapias intentan despertar esta conexión 
arcaica con el animal, pero la astrología ya lo hace para nosotros- así 
de simple! Nacido en el año del Tigre… Uau! Sol en el Cangrejo- oooohhh!
 Marte en el Toro y Venus en Escorpio: vigilad!!!
Estas formas animales que permean la imaginación astrológica presentan 
el animal como un contenedor cósmico de poderes invisibles. Los animales
 como formas de lo divino, que es exactamente lo que los antiguos 
egipcios sentían y que también es verdad para culturas desde el Japón 
Shintoista hasta la Polinesia, gran parte de África hasta los nativos de
 las regiones circumpolares. La astronomía continúa trabajando con 
espacios con forma de animales configurados por líneas entre los puntos 
brillantes de las estrellas. Conectad los puntos y veréis lo invisible 
volverse un toro, un león, un par de peces.
La astrología trabaja matemáticamente, y uno normalmente supondría 
que los números y los animales tienen poco que ver unos con otros, unos 
abstractos, los otros tan concretos como la sangre, los dientes, el pelo
 y el veneno. Pero dos pasajes básicos en los textos de cosmología que 
sustentan la cultura mitológica occidental e islámica unen a los 
animales y los números. 
El primero es el arca de Noé, descrita con 
medidas detalladas para dar forma a la nave que puede contener todos los
 animales. El segundo está en el Timeo de Platón (fr. 55c). Allí podemos
 leer acerca de una figura de doce lados usada por el creador para el 
“todo”. Platón da una forma geométrica para los cuatro elementos, y 
luego de esta quinta y más comprensiva forma de todas, dice que contiene
 “esquemas de figuras animales”.
 Esta figura de doce lados, con forma de
 animal, es paralela a otro pasaje de La República de Platón (589 b-c) 
donde presenta “la imagen simbólica del alma” como una bestia de muchas 
cabezas con un anillo de cabezas domadas y salvajes.
Para la cosmología antigua no había necesariamente separación entre 
lo geométrico y lo orgánico; se correspondían, lo que nos dice hoy que 
los cálculos matemáticos de la astrología no son sólo necesidades 
rituales para enfocar la conciencia en el caso a mano y abstraerlo en 
una carta visible. Los números también son modos de hacer precisas las 
diversas fuerzas animales, la bestia de muchas cabezas que vitaliza y 
conduce el alma, la vida instintiva que nos guía como nuestra compañera 
del alma. 
De nuevo el peligro del poder compulsivo de la astrología: 
mientras jugamos con números y reconocemos los grados, también estamos 
reconociendo la casa animal que contiene el alma, de hecho la casa 
animal que contiene todo el cosmos.
 Y no olvidemos que son los animales 
-incluido el animal humano- los que el Dios bíblico considera la única 
parte de toda la creación merecedora de salvar, una salvación que 
requiere que Noé tenga que hacer antes deliberados cálculos matemáticos.
Finalmente, entonces, si no es verdadera, ni es explicativa, si sus 
matemáticas son ritual disfrazado y su referencia a los planetas 
concretas de la astronomía son metáforas, ¿porqué nosotros, gente 
inteligente, racional, educada y sabia, tales como vosotros y yo, nos 
hemos reunido aquí para volver a la astrología? 
¿Porqué ajustados con 
cinturón de seguridad a un asiento en un avión que puede llevarnos 
directo a la muerte abrimos la revista justo en la página de los 
horóscopos del mes? 
¿Porqué recogemos los consejos que se dan sobre un 
Mercurio retrógrado, o analizamos la conducta de nuestro amante en 
término de humores lunares, o esperamos algún cambio financiero radical 
en el próximo tránsito por nuestra casa dos? 
Incluso cuando leemos 
tenemos que suspender la falta de creencia, ocultando la pequeña 
vergüenza de que estamos leyendo la trivialidad de una adivina…
Entonces, ¿por qué volvemos a ello? 
¿Qué busca el alma, qué desea, 
por qué nos atrae tan rápidamente? Mediante ese parágrafo de la última 
página regresamos a nuestro daimon-estrella individual que contiene una 
porción de nuestro destino, esa otra mitad. 
Buscamos de nuevo la 
conexión con nuestro compañero primordial, ese hermano-hermana en el 
cielo que vive fuera de este cuerpo sujeto por un cinturón de seguridad a
 su asiento, y que comparte nuestra vida en cada instante -y este 
instante elevados en el aire que puede también ser el instante de la 
muerte- porque conecta nuestra vida con Moira, el daimon de nuestro 
hado: Moira, la palabra griega que significa simplemente una parcela, la
 mitad de Paracelso.
Buscamos en esa página de atrás, esos consejos y avisos, las 
predicciones y asesoramentos, tan enigmáticos y sin embargo tan íntimos,
 volver a ligarnos a los poderes, ritmos y mitos del cosmos, elevarnos 
fuera del avión en su ascenso de 35,000 pies, a un más allá de personas 
planetarias, más allá de mi persona y sus problemas, de sus días buenos y
 sus días malos.
Ese párrafo acerca de Virgo o Libra en la última página de la revista
 nos eleva fuera de nuestras mentes hacia otro lenguaje no terrestre, el
 lenguaje de las estrellas y de las ruedas animalizadas de los cielos, 
donde el alma pueda alojarse en imaginación, su primer hogar imaginal. 
Aunque el cielo nocturno este cegado por la polución eléctrica, las 
estrellas eclipsadas, y los signos zodiacales convertidos en baratijas 
para el comercio diario, Marte y Venus reducidos al mundo gris del sexo 
de Juan y la infatuación de Luisa, la Luna un lugar para poner la 
bandera americana…, aún así el lenguaje de la astrología, sus rituales 
matemáticos, sus intérpretes sacerdotales, sus encantos y amuletos que 
puedo tatuar en un pectoral o colgar en mi cuello , todo ello preserva 
mis males conectados fuera de este cuerpo poseído por Gillette, Exon, 
Disney, Walmart y el Bank of America. 
Un toque de astrología, la más 
leve referencia exótica, y los cielos retornan, y el destino.
Así que, astrólogos, en verdad tenéis un llamado superior, estáis al 
servicio de lo otro-de-lo-humano, de la otra mitad. Y no os preocupéis 
por las elevadas palabras y las visiones superiores, por el peligro de 
la inflación. 
Los Dioses son implacables con los inflados. Saben cómo 
protegerse mejor que nosotros los mortales. El que se limiten el uno al 
otro preserva su poder y es acaso precisamente eso lo que los conserva 
tan duraderos, inmortales, seguros contra la usurpación por parte de 
cualquier ideología monoteísta.
James Hillman, Febrero 10, 1997
(Traducción de  Enrique Eskenazi)
“La tarea del astrólogo, entonces, como la del psicólogo arquetipal, 
es menos traer los dones del Dios a mi vida, que el dar vida a los 
Dioses.”
James Hillman (n. 12 de abril de 1926 en Atlantic City, New Jersey) 
es un psicólogo norteamericano y analista junguiano, representante 
principal de la escuela arquetipal en psicología analítica. Estudió en 
el C.G. Jung-Institut Zürich y desarrolló la psicología arquetipal. 
Actualmente se encuentra retirado como profesional privado.
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