Los problemas del mundo son tan colosales, tan complejos, que para comprenderlos y resolverlos hay que abordarlos de un modo muy sencillo y directo; y la sencillez y visión directa no dependen de las circunstancias exteriores ni de nuestros prejuicios y estados de ánimo individuales.
Como ya lo he señalado, la solución no ha de encontrarse, por ejemplo, mediante conferencias o proyectos, ni substituyendo a los viejos dirigentes por otros nuevos. Es evidente que la solución está en el creador del problema, en el creador de la maldad, del odio y de la enorme falta de comprensión que existe entre los seres humanos.
El causante de estos daños, el creador de estos problemas, es el individuo; ustedes y yo, no el mundo, como creemos.
El mundo es su relación con el otro. El mundo no es algo que existe aparte de ustedes y de mí. El mundo, la sociedad, es la relación que establecemos o procuramos establecer entre unos y otros; de suerte que ustedes y yo somos el problema, no el mundo; porque el mundo es la proyección de nosotros mismos, y para comprender al mundo primero tenemos que comprendernos a nosotros mismos.
El mundo no está separado de nosotros; somos el mundo, y nuestros problemas son los problemas del mundo. Esto debe repetirse con mucha frecuencia, porque somos de mentalidad tan indolente que no creemos de nuestra incumbencia en los problemas del mundo. Creemos que deben ser resueltos por las Naciones Unidas o con el reemplazo de los viejos dirigentes por otros nuevos. Es una mentalidad bien torpe la que piensa de ese modo, porque nosotros somos responsables de la horrible miseria y confusión que hay en el mundo, de la guerra que nos amenaza.
Para transformar el mundo, debemos empezar por nosotros mismos y, en ese caso, lo importante es la intención. La intención tiene que consistir en comprendernos a nosotros mismos y en no dejar a otros la responsabilidad de transformarse o producir un cambio mediante la revolución, ya sea de izquierda o de derecha.
Es, pues, importante comprender que ésta es nuestra responsabilidad, la de ustedes y la mía; porque, por pequeño que sea el mundo en que vivimos, sí podemos transformarnos, sí podemos hacer surgir un punto de vista radicalmente diferente en nuestra existencia diaria. Sólo entonces, tal vez lograremos afectar al mundo en general, y a las extensas relaciones de unos con otros.
La revolución del conocerse
Como ya lo he dicho, vamos a tratar de descubrir el proceso de la comprensión de nosotros mismos, que no es un proceso de aislamiento. No es el retiro del mundo, porque aislados no podemos vivir. Ser es estar relacionado, y el vivir en el aislamiento es cosa inexistente. Es la falta de verdadera convivencia lo que causa conflictos, miseria y lucha; y, por pequeño que sea nuestro mundo, si podemos transformar nuestras relaciones dentro de ese pequeño mundo, ello será como una onda que se extiende constantemente hacia afuera.
Creo que es importante ver eso, o sea, que el mundo es nuestra interrelación, por estrecha que sea; y si ahí podemos producir una transformación –no superficial sino radical- entonces empezaremos activamente a transformar el mundo.
La verdadera revolución no se realiza conforme a una norma determinada, de izquierda o de derecha. Buscamos una revolución de valores, una revolución que lleva de los valores sensorios a los que no son sensorios ni creados por influencias ambientales. Para encontrar esos verdaderos valores que traerán una revolución radical, una transformación o una regeneración, es esencial que uno se comprenda a sí mismo. El conocimiento de sí mismo es el principio de la sabiduría y, por lo tanto, el comienzo de la transformación o regeneración.
Por consiguiente, es importante descubrir esas cosas por nosotros mismos, pues el conocimiento de nosotros no puede dárnoslo nadie ni habrá de hallarse en libro alguno. Tenemos que descubrir, y para descubrir, tiene que haber intención, búsqueda e investigación. Mientras esa intención de descubrir, de inquirir hondamente, sea débil o no exista, una simple aseveración, o un deseo casual de investigar sobre sí mismo, tiene muy escasa significación.
La transformación del mundo se efectúa, pues, por la transformación de uno mismo; porque el “yo” es producto y parte del proceso total de la existencia humana. Para transformarse, el conocimiento de sí mismo es esencial; porque si no se conoce lo que uno es, no hay base para el verdadero pensar, y sin conocerse a sí mismo, no puede haber transformación.
Este conocimiento de uno mismo, requiere una extraordinaria vigilancia de la mente; porque lo que es sufre constante transformación, cambio, y, para seguirlo velozmente, la mente no debe estar atada a ningún dogma ni creencia en particular, a ninguna norma de acción. Si quieren seguir algo, de nada sirve estar atado.
Para conocerse a ustedes mismos, tiene que existir la vigilancia, la actitud alerta de la mente, en la que se esta libre de toda creencia, de toda idealización, porque las creencias e ideales no hacen más que dar un color, pervirtiendo la verdadera percepción.
Si quieren saber lo que son, no pueden imaginar o creer en algo que no son. Si soy codicioso, envidioso, violento, el solo hecho de tener un ideal de “no violencia”, de “no codicia”, es de escaso valor. Pero el saber que uno es codicioso o violento, el saberlo y comprenderlo, requiere una extraordinaria percepción. Exige honestidad, claridad de pensamiento; mientras que perseguir un ideal alejado de lo que es, resulta una escapatoria. Les impide descubrir y obrar directamente sobre lo que son.
Comprensión y virtud
En definitiva, el comprender que son feos o hermosos, perversos, dañinos o lo que fuere -el comprender sin deformación lo que son- es el comienzo de la virtud. La virtud es esencial, porque ella brinda libertad.
Sólo en la virtud pueden descubrir, pueden vivir; no en el cultivo de la virtud, que sólo trae respetabilidad, no comprensión ni libertad. Y la virtud resulta indispensable en una sociedad que se desintegra rápidamente. Para crear un mundo nuevo, una nueva estructura alejada de la antigua, tiene que haber libertad para descubrir; y para ser libre tiene que haber virtud, pues sin virtud no hay libertad.
El hombre inmoral que lucha por llegar a ser virtuoso, ¿puede llegar a conocer la virtud? El hombre que no es moral no podrá nunca ser libre y, por lo tanto, no podrá nunca descubrir lo que es la realidad. La realidad sólo puede encontrarse comprendiendo lo que es; y para comprender lo que es, tiene que haber libertad, hay que estar libre del miedo a lo que es.
Para comprender ese proceso, es preciso que haya intención de conocer lo que es, de seguir todo pensamiento, sentimiento y acción; y el comprender lo que es, es en extremo difícil, porque lo que es jamás está inmóvil, estático; siempre está en movimiento. Lo que es significa lo que ustedes son, no lo que les gustaría ser. No es el ideal, porque el ideal es ficticio. Es en realidad lo que ustedes hacen, piensan y sienten de instante en instante. Lo que es implica lo real; y para comprender lo real se requiere una percepción alerta, una mente muy vigilante y veloz.
Pero si empezamos por condenar lo que es, si empezamos por censurarlo o resistirle, no comprenderemos su movimiento. Si quiero comprender a alguien, no puedo condenarlo; tengo que observarlo, que estudiarlo. Tengo que amar la cosa misma que estudio. Si quieren comprender a un niño, deben amarlo, no condenarlo. Deben jugar con él, observar sus movimientos, su idiosincrasia, su modo de conducirse; pero si no hacen más que condenarlo, resistirle o censurarlo, no hay comprensión del niño. De un modo análogo, para comprender lo que es, hay que observar lo que uno piensa, siente y hace de instante en instante: eso es lo efectivo. Ninguna otra acción, ningún ideal o acción ideológica es lo existente; es un mero anhelo, un deseo ficticio de ser otra cosa de que lo que uno es.
La comprensión fundamental de sí mismo no llega mediante el conocimiento o la acumulación de experiencias; eso es sólo cultivo de la memoria. La comprensión de sí mismo es de instante en instante; y si únicamente acumulamos conocimiento del “yo”, es ese conocimiento lo que impide una comprensión más amplia. El conocimiento y la experiencia acumulados, en efecto, llegan a ser el centro mediante el cual el pensamiento enfoca y desarrolla su existencia. El mundo no es diferente de nosotros y de nuestras actividades, porque lo que nosotros somos es lo que crea los problemas del mundo. La dificultad, en lo que atañe a la mayoría de nosotros, está en que, en vez de conocernos directamente, buscamos un sistema, un método, un medio operativo para resolver los múltiples problemas humanos.
Métodos y maestros
Ahora bien: ¿existe un medio, un sistema, para conocerse a sí mismo? Cualquier persona sagaz, cualquier filósofo, puede inventar un sistema, un método; pero, de seguro, el seguir un sistema sólo producirá un resultado creado por ese sistema. Si yo sigo determinado método para conocerme a mí mismo, tendré el resultado que dicho sistema necesita; mas ese resultado no será evidentemente la comprensión de mí mismo. Es decir, siguiendo un método, un sistema, un medio para conocerme, ajusto mi pensamiento, mis actividades, a una norma; pero el seguir una norma no es comprensión de mí mismo.
No hay, pues, método alguno para el conocimiento de sí mismo. Buscar un método implica invariablemente el deseo de alcanzar algún resultado, y eso es lo que todos queremos. Seguimos a la autoridad –la de una persona, de un sistema o de una ideología- porque queremos un resultado que sea satisfactorio, que nos dé seguridad. En realidad, no queremos comprendernos a nosotros mismos, a nuestros impulsos y reacciones, a todo el proceso de nuestro pensar, tanto consciente como inconsciente; quisiéramos más bien seguir un sistema que nos asegure un resultado.
Sin embargo, el seguir un sistema es invariablemente el resultado del deseo de seguridad, de certeza; y es evidente que el resultado no es la comprensión de sí mismo. Cuando seguimos un método, debemos tener referentes –el instructor, el guía espiritual, el salvador, el Maestro- que nos garanticen lo que deseamos; y, por cierto, ése no es el camino hacia el conocimiento de nosotros mismos.
La autoridad (o referente) impide el conocimiento de sí mismo. Bajo su amparo se puede tener temporalmente un sentido de seguridad, de bienestar; pero ésa no es la comprensión del proceso total de sí mismo. Por su propia naturaleza, la autoridad impide la plena conciencia de sí mismo y, por lo tanto, destruye finalmente la libertad; y sólo en la libertad cabe la “creatividad”. Ésta puede existir únicamente a través del conocimiento de sí mismo.
La mayoría de nosotros no somos “creativos”; somos máquinas de repetición, simples discos que reproducen una y otra vez ciertas canciones de la experiencia, ciertas conclusiones y recuerdos, propios o ajenos. Semejante repetición no es existencia “creativa”, pero es lo que queremos. Como pretendemos estar seguros en nuestro fuero íntimo, constantemente buscamos métodos y medios para esa seguridad. Con ello, creamos autoridad, el culto de otro ser, lo que destruye la comprensión, esa espontánea serenidad de la mente en la que sí puede existir un estado de “creatividad”.
La comprensión de sí mismo no es un resultado ni una culminación. Consiste en verse de instante en instante en el espejo de la convivencia, en ver la propia relación con los bienes, las cosas, las personas y las ideas.Pero nos parece difícil estar alertas, ser sensibles, y preferimos embotar nuestra mente siguiendo un método, aceptando autoridades, supersticiones y gratas teorías; y, de ese modo, nuestra mente se hastía, se agota y se insensibiliza.
Transformar el mundo
Para transformar el mundo que nos rodea, con su miseria, guerras, desempleo, hambre, divisiones de clase y absoluta confusión, tiene que haber una transformación en nosotros. La revolución debe empezar dentro de uno mismo, pero no de acuerdo con ninguna creencia o ideología, porque la revolución basada en una idea, o en la adaptación a un modelo determinado, no es en modo alguno, evidentemente, una revolución.
Para producir una revolución fundamental en uno mismo, hay que comprender todo el proceso del propio pensar y sentir en la vida de relación. Esa es la única solución de todos nuestros problemas, no el tener más disciplinas, más creencias, más ideologías y más instructores.
Si podemos comprendernos a nosotros mismos tal como somos de instante en instante, sin el proceso de acumulación, veremos cómo se produce una tranquilidad que no es producto de la mente, una tranquilidad que no es imaginada ni cultivada; y sólo en ese estado de quietud, de serenidad, puede haber “creatividad”.
Revista Mundo Nuevo.J. Krishnamurti (1895-1986) fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual.
Sus principales temas incluían: revolución psicológica, el propósito de la meditación, relaciones humanas, la naturaleza de la mente, y como llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global.
http://www.mundonuevo.cl/blog/articulos/la-transformacion-del-mundo/
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