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martes, 12 de enero de 2016

El camino hacia la tierra prometida

El camino hacia la tierra prometida

Amanecía en México-Tenochtitlan y el sol comenzaba a iluminar los jardines del palacio por donde paseaban el tlatoani Huehue Moctezuma Ilhuicamina, supremo jerarca, y el cihuacóatl Tlacaélel, mientras evocaban el legendario y penoso recorrido que habían llevado a cabo sus ancestros desde el lejano Aztlán hasta el sitio donde encontraron el símbolo anunciado por Huitzilopochtli, su dios patrono: un águila parada sobre un nopal, con las alas extendidas, señalando el punto donde debían detener su marcha y fundar lo que sería la capital de su imperio; este hecho ocurrió a principios del siglo XIV de la era cristiana.

Moctezuma y Tlacaélel se detuvieron en una de las terrazas del palacio para contemplar la gran extensión y belleza que había alcanzado la urbe gracias a las victorias militares y a la imposición del tributo sobre los pueblos vencidos. Satisfechos ante tal escena y sabedores del poder y la supremacía del pueblo mexica, entre ambos decidieron organizar una caravana integrada por sacerdotes y hechiceros, la cual tendría el cometido de retornar a Aztlán.

Tiempo después, cuando el grupo escogido se reunió con los dirigentes, sobrevino la discusión acerca de la ruta que debía seguirse para llegar al sitio desde donde partió la migración, suceso que según los documentos ocurrió en el año 1-Pedernal, es decir en el 1116 del calendario gregoriano.
Sacerdotes y hechiceros pensaron entonces que si realizaban el recorrido en sentido inverso al de la peregrinación relatada en los códices, arribarían sin problemas a Aztlán que, se decía, estaba en la región del color blanco, descrita metafóricamente como el “lugar de las garzas”.


El grupo tenía la misión de llevar valiosos presentes de plumería multicolor y ornamentos de oro y jade a los parientes que se habían quedado allá, y de invitarlos a irse a vivir a México-Tenochtitlan con las comodidades y holguras que ahora disfrutaban sus habitantes.
Para la época de Moctezuma y Tlacaélel, a mediados del siglo XV, ninguno de los peregrinos originales vivía, mas el relato del viaje había sido registrado en los códices, de los cuales el más conocido es la Tira de la Peregrinación, documento elaborado en papel amate que se dobla a manera de biombo.

El relato pintado en el tradicional tipo de escritura de la época combina la secuencia de numerales que indica los años transcurridos, los nombres de los sitios por donde pasaron y se establecieron temporalmente los migrantes, y los principales acontecimientos que ocurrieron durante el viaje.

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El periodo de tiempo que transcurrió desde la salida de Aztlán hasta la ceremonia de fundación de México-Tenochtitlan comprende 210 años, lo que significa que se cumplieron cuatro periodos de 52 años, su ciclo calendárico fundamental.
En el mismo año de su partida los migrantes encontraron la imagen de Huitzilopochtli en una cueva del cerro de Culhuacan; más tarde se unieron al éxodo ocho pueblos vecinos: los matlatzincas, tepanecas, tlahuicas, malinalcas, colhuas, xochimilcas, chalcas y huexotzincas.


Fue entonces cuando Huitzilopochtli les señaló que ellos, los mexicas, debían seguir solos hasta el final, y así lo hicieron, cargando la imagen de su dios y sus objetos sagrados, y realizando los primeros sacrificios de guerreros enemigos, por lo que recibieron las armas que les harían triunfar en las batallas. Todos estos eventos ocurrieron en un tiempo mitológico, imposible ya de precisar.

En la reconstrucción del viaje, Tula, la ciudad fundada por Quetzalcóatl, era la primera localidad que podían ubicar con precisión los hechiceros y sacerdotes; de ahí en adelante, según el relato del recorrido, los peregrinos se establecieron en veinte sitios más antes de encontrar los islotes donde fundaron su ciudad.

De Tula siguieron a Atlitlalaquian, donde “el agua se resumía en la tierra”; luego pasaron a Tlemaco, que se identificaba con un sahumador; a continuación llegaron a Atotonilco, cuyo nombre derivaba del agua hirviente de sus manantiales, y a Apaxco, cuyo cono volcánico lleno de agua les recordaba una vasija; en Zumpango levantaron un muro de cráneos, junto a Huiztepec, “el cerro de los huizaches”; de ahí pasaron a Xaltocan y cruzaron en canoas los lagos norteños de Acalhuacan.


Ya en la vertiente occidental de la cuenca lacustre, se establecieron en Ehecatépetl, “el cerro del viento”, y después llegaron a Tolpetlac, “donde se tejen las esteras de tule”; de ahí se dirigieron a Coatitlán, abundante en serpientes, y luego a Huizachtitlán, donde aprendieronde los chalcas el aprovechamiento del cultivo de los magueyes para la obtención del pulque.


Tecpayocan fue el siguiente punto del recorrido, el cual se reconoce por los cuchillos de pedernal; más tarde arribaron a Pantitlán, un resumidero en el lago que se identificaba por sus banderas; de ahí continuaron hasta Amalinalpan “agua de mallinalli”, territorio ya del señoría de Azcapotzalco, donde se les impidió seguir, por lo que regresaron a Pantitlán, para después pasar a Acolnáhuac, “donde hace recodo el agua”, y cruzar por Popotla, Techcaltitlán y Atlacuihuayan, antes de llegar a Chapultepec, un cerro en medio de un hermoso bosque, donde fueron derrotados por un conjunto de pueblos enemigos que apresaron a sus jefes guías y los condujeron prisioneros a Colhuacán, donde los victimaron.

En este lugar los mexicas aprendieron las costumbres de la gente del lago, y después de una guerra contra Xochimilco, de la que salieron triunfantes, partieron en busca del sitio prometido para fundarm en medio de unos islotes al occidente del lago de Texcoco, la ciudad de Huitzilopochtli.
En todas estas localidades vivieron varios lapsos de tiempo, en tanto descansaban, renovaban sus fuerzas y se aprovisionaban de alimentos para continuar su viaje; en ellas enterraron a sus muertos y dejaron también a los enfermos y ancianos que no pudieron acompañarles.

La ceremonia del encendido del fuego nuevo, que conmemoraba la culminación de un ciclo solar de 52 años, fue realizada en cuatro ocasiones durante la peregrinación: en Tula, en Huiztepec, en Tecpayocan, y en Chapultepec.
Para los enviados de Moctezuma la tarea parecía fácil; sin embargo, no fue así. De Tenochtitlan a Tula el viaje se llevó a efecto sin mayor incidente, pero de allí en adelante sólo contaban con el terrible vacío de la fábula y el mito, por lo que echando mano de sus poderes ocultos los enviados se transformaron en animales feroces y así completaron su periplo, arribando finalmente a Aztlán.

“Sean bienvenidos, hijos”, dijo Coatlicue a los sabios y hechiceros, quienes ante la mirada de la anciana se postraron y besaron sus manos. “El que acá nos envía es tu siervo, el rey Moctezuma y su fiel consejero Tlacaélel, con la gran misión de que buscásemos el lugar original donde habían habitado nuestros antepasados, para que supieses cómo él, en nombre de tu hijo Huitzilopochtli, gobierna y rige al mundo conocido en la gran ciudad de México”.

Llorando de alegría, Coatlicue recibió los presentes enviados y les entregó a cambio tres prendas textiles, una para Moctezuma, otra para Tlacaélel, y una más para el dios sol, Huitzilopochtli.

A su regreso, ya en México-Tenochtitlan, los viajeros relataron sus aventuras al gobernante, quien entonces comprendió que Aztlán no se ubicaba en ningún punto de la geografía conocida: su lugar estaba, ahora, en los terrenos de la leyenda.

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