Dependencia de nuestras emociones.
Si pensamos demasiado en tristezas, iniciamos un proceso que tendrá por
resultado que ciertas células de nuestro cuerpo se verán corroídas.
Un
exceso de tristezas, de miseria, puede ocasionar perturbaciones del
hígado o de la vesícula biliar.
Consideremos el caso siguiente: un
hombre y una mujer, casados de mucho tiempo y muy unidos entre sí.
El
hombre, súbitamente, fallece, y la mujer, que ahora es una viuda, está
desolada por la pérdida.
Se siente postrada por el dolor; se vuelve
pálida y puede desmejorarse mucho.
A menudo puede sobrevenirle alguna
seria enfermedad. Aun peor, un quebranto mental. La causa está en que
bajo el violento estímulo de tan grande pérdida, el cerebro genera una
alta corriente eléctrica que inunda todo el organismo, penetrando todos
los órganos y glándulas, y creando una considerable presión de rechazo.
Esto inhibe las actividades normales del cuerpo.
El que sufre queda
como anonadado, apenas capaz de pensar y de moverse. Con mucha
frecuencia, el exceso de estímulos de las glándulas lacrimales puede
originar torrentes de lágrimas, ya que estas glándulas actúan en nuestro
organismo cual válvulas de seguridad.
Las cosas pasan como en los
casos en que se aplica a una lámpara eléctrica un voltaje superior al
suyo. Una actividad excesiva, un brillo extraordinario de momento, y la
bombilla se apaga.
El cuerpo humano puede también «estallar»; pero en
tal caso, estallará en desvanecimiento, o en coma, o puede que también
en demencia.
Sin duda, todos nosotros hemos visto algún animal muy
asustado. Puede ser que se vea perseguido por algún animal feroz más
fuerte.
El fugitivo es incapaz de comer bajo el susto; y si nos es
posible obligarle a comer, no puede digerir la comida. Todas las
secreciones gástricas cesan cuando el animal se halla asustado. Las
secreciones se cortan. Por eso, toda ingestión de comida es absoluta y
completamente contraria a la naturaleza de aquel animal.
Las
personas, cuando están muy excitadas, o deprimidas, tampoco pueden
decidirse a comer, ni forzadas a ello, debido a que pese a que la
persuasión sea hecha con buena voluntad, no interesa al que sufre
aquellas pasiones.
La tristeza, o cualquier emoción profunda, provocan
un cambio completo en los procesos químicos del cuerpo. La incertidumbre
o la pena cambian el color de la tez humana, hace a las personas
intratables, «imposibles de aguantar».
Cuando hablamos del color de una
persona, nos referimos concretamente a esto; porque nuestras secreciones
químicas alteran verdaderamente nuestros colores.
Todos sabemos que los
enamorados ven el mundo a través de unos lentes de color de rosa,
mientras que los deprimidos y apesadumbrados ven el mundo como teñido de
gris.
Si queremos hacer progresos, nos es preciso cultivar la
ecuanimidad de nuestro carácter; nos importa alcanzar un equilibrio de
nuestras emociones para que no sean éstas ni desorbitadamente exaltadas
ni indebidamente deprimidas.
Debemos asegurarnos que las ondas
cerebrales de que hemos tratado no presenten picos abruptos ni valles
profundos.
El cuerpo humano está calculado para funcionar de unas
maneras determinadas. Todas las excitaciones a las que está sujeto
dentro de lo que llamamos civilización nos hacen un daño absoluto.
Buena prueba son la cantidad de úlceras del estómago y ataques del
corazón, o los cambios bruscos de estados de ánimo que sufren los
actuales hombres de negocios.
Todo esto es el resultado de las altas
fluctuaciones de nuestra electricidad, que nos proporcionan choques de
rechazo, de los que ya hemos hablado anteriormente. Estos choques
inundan varios de nuestros órganos y alteran su normal funcionamiento de
una manera definitiva.
Por ejemplo: una persona afligida por las
úlceras del aparato digestivo no puede alimentarse; y esto, a su vez,
origina que los jugos gástricos e intestinales cada vez sean más
corrosivos, hasta que provoquen un agujero en el estómago o en los
intestinos.
Literalmente hablando. De ello se sigue, pues, que todos
aquellos que sienten necesidad de progresar y practicar telepatía,
clarividencia, psicometría y el resto de actividades parejas, deben
estar, ante todo, seguros de la igualdad de su temperamento. Hay que
cultivarla, ¡por encima de todas las contingencias!
Es muy frecuente
que una persona se vaya volviendo cada vez peor humorada, deprimida,
vacilante. No es fácil convivir con ella.
Cosas que otros se las
tomarían con toda tranquilidad o ni se darían cuenta de ellas y, a lo
sumo, se las tomarían a risa, irritan a esas personas nerviosas y
malhumoradas hasta extremos insospechados, e incluso las llevan a caer
en ataques de histeria o simulaciones de suicidio. Son cosas que vemos
todos los días.
¿Sabe el lector en qué consiste la histeria?
Se
trata de una cosa activamente relacionada con el desarrollo sexual de
una persona. La histeria se conecta con uno de los más importantes
órganos y funciones de la mujer, y muy a menudo una persona que ha sido
objeto de una histerotomía se siente gravemente afectada por el cambio
general de las funciones de su cuerpo.
Algunos años atrás, era una
creencia general el que sólo las mujeres podían padecer de histerismo;
pero ahora, las cosas se conocen más, debido a que todo varón tiene su
más o menos de varón, y viceversa.
El histerismo, pues, es una dolencia
tanto masculina como femenina; el histerismo nos inhibe en gran manera
de muchas cosas que tienen relación con el ocultismo.
Si el sujeto da
paso franco a humores sufre amplias fluctuaciones en el funcionamiento
eléctrico del cerebro, dicha persona logra paralizar sus facultades de
viajar por el astral, de telepatía, de clarividencia y de los demás
fenómenos metafísicos.
Nos es indispensable la igualdad temperamental;
precisa ser equilibrado antes de abordar las ciencias ocultas.
Es
curioso que mucha gente considere a los dotados para la clarividencia o
la telepatía como personas neuróticas o imaginativas, o algo por el
estilo. Miran al telepático y al vidente como algo de esta naturaleza
desequilibrada.
Nada más lejos de la verdad. Solamente el
clarividente fingido o el telépata neurótico o desequilibrado — puesto
que hay ficción y fraude por todas partes — pueden hallarse en casos
semejantes.
Pero nosotros afirmamos que sólo pueden ser telépatas o
clarividentes aquellos cuya mente funciona con toda normalidad y las
ondas cerebrales presentan un buen aspecto sin alteraciones.
Las ondas
del cerebro tienen que ser «lisas», es decir, no tienen que presentar
altos picos y hondas depresiones que impedirían toda capacidad de
recepción. Los que practican la telepatía tienen que recibir mensajes,
lo que supone que deben conservar sus mentes abiertas.
Si se hallan
continuamente alteradas, no serán receptivos ni para la telepatía, ni
para la clarividencia. Digámoslo bien alto: ningún clarividente genuino
puede ser un neurasténico. Psicópata y telepático son dos conceptos que
se excluyen mutuamente.
Mantened vuestra mente libre de trastornos.
Cuando os sintáis irritados, o cuando os sintáis deprimidos por el peso
de este mundo, practicad una inspiración y respiración profundas; y otra
y otra.
Pensad: « ¿Acaso todas estas cosas me perturbarán dentro de
cien años?» ¿O preocuparán, dentro del mismo plazo, a otras personas? Si
no me importarán dentro de cien años, ¿por qué me han de afligir ahora?
El asunto de conservar la propia calma, es muy importante para nuestra
salud, tanto física como mental; por esto aconsejamos que todas las
veces que nos entre un mal humor nos detengamos y nos preguntemos a
nosotros mismos por qué estamos enfadados; cuál es la razón para que
perturbemos las vidas de todos aquellos que nos rodean.
Recordemos,
luego, que toda la escala de emociones negativas a quien daña es,
simplemente, a nosotros mismos; a nadie más.
Los demás pueden estar más o
menos hartos de nuestras cóleras; pero uno se perjudica a sí mismo, tan
cierto como si tomase arsénico, o matarratas, o cianuro de potasio.
Muchos deben sufrir mayores contrariedades que nosotros; pero no
sucumben a los efectos del mal humor.
Si «uno» manifiesta los efectos de
su mal humor, esto quiere decir que no ve las cosas de un modo claro y
que, tal vez — si bien no, seguramente —, no goza del nivel mental y
espiritual de otras personas.
Estamos en este mundo para aprender, y
ningún ser humano normal es lo suficientemente dotado para captar todas
las cosas de una sola vez.
Podemos tener el sentimiento de que somos
perseguidos y víctimas; que somos víctimas de una mala suerte.
Más, si
lo pensamos bien, veremos que no somos desgraciados más allá de toda
medida. Pensemos, simplemente, que existimos.
Volvamos la vista a
nuestra infancia.
Un muchacho puede verse obligado a realizar un
determinado trabajo escolar en casa. Puede ser que encuentre excesiva
dicha labor, sobre todo si tiene que ir a jugar o a pescar, o correr
detrás de una compañía del otro sexo.
Estos pensamientos le ocupan tanto
su mente, que sólo una décima parte de ella se aplica al trabajo que
está haciendo y, de esta forma, éste le parece más duro.
Por la misma
razón de que no realiza ningún esfuerzo real para terminar su trabajo,
se encuentra con que éste le resulta más laborioso de lo que sería para
todo ser pensante.
Se cansa de su tarea; no dedica ni la vigésima parte
de su atención consciente a su labor, y cada vez se nota más frustrada.
Puede ser que se queje a los suyos de que tiene demasiado trabajo en
casa, y que todas esas tareas le ponen enfermo. Los padres se quejan al
maestro de que el chico tiene demasiado trabajo en casa, y que sus
esfuerzos le perjudican la salud. Nadie se preocupa de inculcar cierto
sentido común al chaval quien, en realidad, es quien debe ser instruido.
Lo que pasa al chico en cuestión os puede pasar a vosotros.
¿Necesitáis
hacer progresos?
Entonces necesitáis obedecer algunas reglas, conservar
vuestra serenidad, marchar por el camino de en medio. Si trabajáis con
una dureza excesiva, os preocupará tanto el trabajo que os aguarda que
no os quedará tiempo para fijaros en los resultados que pensáis obtener.
De este modo, el camino de en medio es la guía más simple para
mostraros cómo no debéis trabajar con tal exceso que «los árboles no os
dejen ver la selva». No tenéis que holgazanear hasta el punto de no
hacer nada; caminad entre ambos extremos y veréis como vuestros
progresos son notables.
Demasiada gente se esclaviza hasta el punto de
que en la esperanza de que, poniendo en las cosas todas sus energías,
éstas se inviertan totalmente en «intentar», sin que les quede nada en
el de «conseguir».
Si trabajáis con exceso de dureza, haréis como un
coche corriendo a una marcha lenta, con toda confusión y lentos
progresos.
L.Rampa
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