No hay seres superiores ni inferiores
Todos somos iguales, ni superiores ni inferiores.
Mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, indígenas, pobres, ricos, analfabetos, profesionales, estudiantes, etc., todos.
¡Somos iguales!
Pero tristemente, nuestras actitudes no siempre lo demuestran.
Cuando nos encontramos con un comportamiento o frase que demuestre discriminación, siempre le repudiamos y tenemos una sanción moral para ello.
Pero pese a ello, en muchas oportunidades nos olvidamos de volver los ojos hacia nosotras mismas y nuestras sutiles formas de discriminación.
Pero pese a ello, en muchas oportunidades nos olvidamos de volver los ojos hacia nosotras mismas y nuestras sutiles formas de discriminación.
Algunos ejemplos de discriminación:
- Aquí no se aceptan mariquitas.
- Aunque la moda se vista de seda, mona se queda.
- ¿Tú te relacionas con esa gente tan “nada que ver”?
- Todas las feministas quieren mear de pie”
- ¿Y desde cuándo aceptan a “muertos de hambre” en este lugar?
- ¿Vas a llorar como una niña?
- Estas labores no son para mujeres.
- ¡Negro/a tenía que ser!
- Si es pobre, ha de ser bruto.
- Las lesbianas son peores que los gays.
- ¿De qué religión es? ¡Si no cree en lo que nosotros, es mejor que se vaya!
¡Cuánta discriminación!
Andamos por la vida subvalorando a los seres humanos diferentes a nosotras y tras ello nos ufanamos de ser grandes de espíritu.
Cuando discriminamos lo que hacemos es arraigar una creencia sobre el “deber ser”, es como si pusiéramos una estatua y le dijéramos al resto del planeta que tiene que mimetizarse con ella.
Pero… ¿te has puesto a pensar en cuál es el modelo de estatua que usas para discriminar? Pues tú. Tú eres la medida que empleas para juzgar a los demás: ¿crees que eres tan perfecta como para excluir a los demás con base a tus virtudes y defectos?
Nos aterra lo disímil, por ello siempre buscamos refugio en aquella bola de cristal en donde sólo caben las personas que comparten nuestros gustos, raza, nivel cultural, status, nivel económico, religión, entre otros.
Lamentablemente deambulamos por este mundo creyendo que existen verdades absolutas y peor aún, que las poseemos y tenemos la potestad de lastimar y agredir a quienes no usan nuestros parámetros sociales o no detentan nuestra cultura, de ahí que empecemos a crear una división entre seres superiores (iguales a mí) e inferiores (diferentes a mí), división que sólo deja como resultado a una bola de excluidos, puesto que no sólo discriminamos a los demás, sino que nos privamos de la oportunidad de abrir nuestra mente a nuevos aprendizajes y experiencias.
Lamentablemente deambulamos por este mundo creyendo que existen verdades absolutas y peor aún, que las poseemos y tenemos la potestad de lastimar y agredir a quienes no usan nuestros parámetros sociales o no detentan nuestra cultura, de ahí que empecemos a crear una división entre seres superiores (iguales a mí) e inferiores (diferentes a mí), división que sólo deja como resultado a una bola de excluidos, puesto que no sólo discriminamos a los demás, sino que nos privamos de la oportunidad de abrir nuestra mente a nuevos aprendizajes y experiencias.
Pero como nosotras no queremos vivir en medio de divisiones, debemos recordar que todas las creencias encaminadas al buen vivir se enfocan en dar amor y reconocer que todas somos diferentes pero merecemos el mismo respeto.
Cuánta lástima provoca saber que existen personas que andan gritando sus actos de filantropía a los cuatro vientos mientras que en la intimidad atropellan la dignidad de quienes les rodean: de nada te sirve andar con una camándula en la mano, orar arrodillada en granos de maíz, ayunar o invertir tu dinero en obras de beneficencia, cuando tus actos no honran a tus creencias, cuando eres una con la palabra y otra con la acción, cuando en lugar de respetar, discutes, laceras, gritas, insultas, señalas, mientes, deshonras.
Las personas verdaderamente espirituales muestran su bondad al tratar con los demás: todo lo hacen desde la praxis y no desde la abstracción de un pensamiento internalizado por concordancia social.
Las personas espirituales saben mirar a todos con los mismos ojos, puesto que saben que la diferencia es sinónimo de riqueza y no se detienen en hacer daño cuando pueden crear un mundo lleno de amor desde las disonancias.
Cuánta lástima provoca saber que existen personas que andan gritando sus actos de filantropía a los cuatro vientos mientras que en la intimidad atropellan la dignidad de quienes les rodean: de nada te sirve andar con una camándula en la mano, orar arrodillada en granos de maíz, ayunar o invertir tu dinero en obras de beneficencia, cuando tus actos no honran a tus creencias, cuando eres una con la palabra y otra con la acción, cuando en lugar de respetar, discutes, laceras, gritas, insultas, señalas, mientes, deshonras.
Las personas verdaderamente espirituales muestran su bondad al tratar con los demás: todo lo hacen desde la praxis y no desde la abstracción de un pensamiento internalizado por concordancia social.
Las personas espirituales saben mirar a todos con los mismos ojos, puesto que saben que la diferencia es sinónimo de riqueza y no se detienen en hacer daño cuando pueden crear un mundo lleno de amor desde las disonancias.
Debemos limpiar nuestro corazón del veneno de la discriminación, debemos respetar y celebrar nuestras divergencias.
Las comparaciones nunca son buenas, pero si las haces, puede que seas “superior” a algunos, pero siempre serás “inferior” a otros tantos, entonces ¿no sería mejor que te quedaras con tu sello de unicidad?
Las comparaciones nunca son buenas, pero si las haces, puede que seas “superior” a algunos, pero siempre serás “inferior” a otros tantos, entonces ¿no sería mejor que te quedaras con tu sello de unicidad?
Hemos sido bendecidas con una increíble diversidad, ¿por qué querríamos cambiar nuestra asombrosa naturaleza? Ello sólo sería una idea de tontas o estatuas.
Tú puedes empezar a sumar o a dividir, tú eliges si quieres discriminar y ser discriminada.
Fuente:Lluvia.
de Los Ojos del Alma,
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