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jueves, 11 de agosto de 2011

Los Hopi y la Gran Tormenta Solar...



La noche de las estrellas de sangre: los hopi y la gran tormenta solar.




Una de las profecías existentes en la tradición de los indios hopi, al parecer escrita en 1920, nos cuenta cómo el Gran Espíritu Guerrero dejó cuatro avisos a tener en cuenta para que el ser humano evite ser destruido. Según esta historia, tales advertencias fueron recibidas por el Gran Abuelo en una serie de visiones.


He tenido la Visión de la destrucción del hombre.


Pero al hombre le serán dados cuatro signos de advertencia, dos de ellos para darle la oportunidad de cambiar, y dos de ellos para dar a los Hijos de la Tierra la oportunidad de escapar de la ira del Creador.

Los signos serán obvios para ti y para quienes han aprendido a escuchar al Espíritu de la Tierra. Pero aquellos quienes viven en la carne y sólo para la carne, no habrá conocimiento ni comprensión.

Cuando estos signos, advertencias y profecías se hagan manifiestos, entenderás la urgencia de lo que digo. Entonces entenderás porqué uno no debe trabajar sólo por su fuerza espiritual, sino para dar acceso a la fuerza espiritual al hombre moderno.

Cada signo es referido como una llamada de atención para que el hombre regrese a una vida de comunión con la Naturaleza.

El primero de ellos muestra un mundo horrorizado por el hambre y la muerte.

Cuando las leyes de la tierra fueron violadas, la gente murió de hambre, tal como la naturaleza mata de hambre al venado cada vez que su población crece demasiado para que la tierra lo sostenga.

Esta gente debió haber sido dejada sola. Una vez supieron como vivir con la Tierra, y su riqueza se medía en felicidad, amor y paz. Pero esto les fue despojado cuando fueron considerados como una sociedad primitiva.

Entonces el mundo les mostró como cultivar y vivir de un modo menos primitivo. Fue el mundo que les forzó a vivir fuera de las leyes de la Creación y, como resultado, ahora les fuerza a morir.

Es durante los años de calamidad, el primer signo, que una enfermedad caerá sobre el hombre, una enfermedad que barrerá la tierra y aterrorizará a las masas.

Los médicos no tendrán respuestas, y un gran grito de dolor se esparcirá sobre la tierra. La enfermedad provendrá de los monos, las drogas y el sexo.

Destruirá al hombre desde adentro, haciendo que cualquier enfermedad común sea una enfermedad mortal. El hombre se buscará esta enfermedad como resultado de su vida, su adoración por el sexo y las drogas, y su vida alejada de la Naturaleza.

Esto también es parte del primer signo de advertencia. Las drogas producirán guerras en las ciudades del hombre, y las naciones se levantarán contra esas guerras y contra esa enfermedad mortal. Pero lucharán de manera equivocada, atacando el efecto en lugar de la causa.

Nunca ganará esta guerra hasta que la nación, la sociedad, cambie sus valores, y abandone la adoración del sexo y las drogas. Es en este momento que el hombre tiene la oportunidad de cambiar el curso del futuro.

Es entonces que puede aprender la gran lección de la calamidad y la enfermedad. Pero hasta que aparezca el segundo signo, la Tierra no puede ser curada en lo material. Sólo una curación espiritual puede cambiar el futuro de la humanidad.

El segundo signo nos habla de agujeros en el cielo:

El Gran Abuelo vacila en creer en los agujeros en el cielo. Hay una larga pausa. Entonces el Gran Espíritu se le acerca susurrando: “Estos agujeros son el directo resultado de la vida del hombre, sus viajes, y los pecados de sus abuelos y abuelas, y serán el legado de sus vidas alejadas de la Naturaleza.

El signo de estos agujeros, marcan el momento de una gran transición en el pensamiento de la humanidad.

Quedarán entonces librados a una elección, elección entre continuar su sendero de destrucción o regresar a la sabiduría de la Tierra y una existencia más sencilla.

Es entonces cuando se debe elegir, o todo estará perdido“. Entonces el Espíritu se volvió y desapareció caminando entre el polvo.

El tercer signo nos dice que los cielos se teñirán de rojo:

Hasta donde sus ojos podían contemplar, el cielo era color rojo intenso, sin sombra ni nube ni variación alguna ni textura diferente. Toda la Creación parecía haberse detenido, como en espera de una orden superior. El tiempo, al lugar, el destino, parecen suspendidos en el cielo de sangre.

Contempló largo tiempo el cielo, presa de la angustia y el terror, porque nada era como lo que había visto en toda su vida, ni en la salida ni en la puesta del Sol.

Era un color humano, no natural, y tenía un aspecto siniestro y acechante. Parecía quemar la Tierra dondequiera que la tocara.

Cuando se hizo la noche, las estrellas brillaron en rojo vivo, rojo que nunca abandonaba al cielo, y se escuchaban gritos de miedo y de dolor por todas partes.

Y aquí es donde nos detenemos por un momento. Porque las dos primeras señales parecen obvias, pero ¿y esto del cielo rojo? Muchos lo han interpretado como la señal de una gran guerra nuclear, otros como una metáfora del estado interior del Ser Humano, etc.

Todo es posible, por supuesto. Sin embargo, al leerlo no he podido por menos que recordar una lectura reciente sobre la gran tormenta solar de 1859, la mayor conocida hasta ahora.

En su libro The Sun Kings, el periodista y científico estadounidense Stuart Clark relata el testimonio que de aquel fenómeno dejaron los tripulantes de un navío, el Southern Cross, que recorría los mares cerca de Chile.

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Según el relato, en la madrugada del 2 de septiembre, y en mitad de la tormenta que les azotaba, la tripulación del Southern Cross se percató de que estaban navegando en un océano de sangre. Era el reflejo del cielo, donde las nubes presentaban un intenso color rojo.

Por su experiencia de navegantes, sabían que tras ellas había una gran aurora austral. Aunque habituados a este fenómeno de naturaleza mágica e inexplicable para la época, se sintieron sorprendidos por presenciarlo tan al norte del círculo polar antártico.

A medida que la noche transcurría y se acercaba el amanecer, la tempestad se fue disipando. Entonces fueron testigos de algo aún más sorprendente.

En el horizonte, extrañas luces llameaban como si un terrible incendio hubiese envuelto a la Tierra, en una sobrecogedora y anómala visión de centellas y relámpagos.

La sensación de que un gran cataclismo se les venía encima fue inevitable. Semanas después, al llegar a San Francisco, descubrieron que la suya no había sido una experiencia aislada.

 Dos tercios de los cielos de la Tierra habían sido escenario de acontecimientos similares. Y todos aquellos con quienes compartieron su aventura habían vivido algo similar. Todos coincidían. Había sido el espectáculo más tremendo y sobrecogedor que habían presenciado nunca.


La historia de ese cielo de sangre fue narrada en diversas partes del mundo, y los testigos hablaban de que las auroras eran tan rojas y brillantes que todo, desde los tejados de las casas hasta las hojas de los árboles, parecía estar cubierto por una intensa capa de sangre.



Hoy sabemos que las auroras polares son efecto del choque entre las partículas del viento solar, cargadas de electricidad, y los átomos que conforman los gases de nuestra atmósfera, pudiendo originar diversos colores según el nivel de energía y la naturaleza de los átomos. Las más frecuentes suelen ser azuladas y verdosas.


Pero, en el caso que nos ocupa, el rojo surge de la energía liberada al chocar partículas con un gran nivel de carga electromagnética, consecuencia de un fenómeno importante, contra los átomos de oxígeno, a alturas que van desde los 200 hasta los 500 km de altura. De esta forma, el preludio de una gran tormenta solar “tiñe los cielos de sangre”.




Así que, ¿nos avisan los hopi de que una gran tormenta de este tipo acabará con el “mundo del hombre”?

Entendiendo por mundo del hombre, claro está, nuestra civilización altamente tecnológica.

Las tormentas solares no tienen por qué dañar a una civilización, nunca lo han hecho, salvo que ésta esté tan ciega e hipnotizada por el materialismo
que no sepa vivir sin la dependencia que éste genera, una vez que nos ha despojado del conocimiento de la tierra y nos ha enjaulado en ciudades donde las necesidades básicas, y no tan básicas, se nos dan empaquetadas.

Lo que viene después, el cuarto signo, es la consecuencia natural de un fenómeno así.

Catástrofes producidas por las alteraciones del campo magnético y la alta actividad solar, así como consecuencias de nuestro regreso a la “edad de piedra” sin estar preparados para ello.

Para quienes quieran imaginar un mundo sin electricidad, sólo un dato: el agua potable de que disfrutamos en nuestras ciudades sólo es posible por la actividad de los generadores eléctricos que activan las plantas potabilizadoras. Sin ellos, las aguas contaminadas terminarían por afectar a todo el circuito de abastecimiento.

De la misma manera, la sobrecarga generada en la atmósfera, al llegar a la superficie, interactuaría con las líneas eléctricas que, de no estar preparadas, provocarían una seria expansión de incendios, tal y como ocurrió en 1859. Y ya que estamos en materia, y sin ser un conocedor del tema, me pregunto ¿qué ocurre con una central nuclear a la que no le funciona el circuito de refrigeración?…

Durante este tiempo la Tierra se curará a si misma, y los hombres morirán. Por estos diez años, los Hijos de la Tierra deberán permanecer escondidos en lugares remotos, sin un lugar de residencia permanente, evitando todo contacto con las fuerzas del hombre.

Deberán permanecer escondidos, como los antiguos nómadas, y luchar contra la necesidad de retomar el contacto con la destrucción de los hombres. La curiosidad matará a muchos. Hubo un largo silencio.

El Gran Abuelo preguntó al niño: “¿Y que ocurrirá al mundo del hombre?…“. Otro prolongado silencio. El niño de nuevo habló: “Habrá gran calamidad en todo el mundo, como no es posible imaginar. Las aguas correrán sucias, envenenadas con los pecados de los hombres regando los suelos, lagos y ríos.

Las cosechas se perderán, los animales del hombre morirán, y la enfermedad matará a las masas. Los nietos se alimentarán de los despojos de los muertos, y todo será gritos de dolor y angustia.

Pandillas de hombres cazarán y matarán a otros hombres por alimento, y el agua siempre será escasa, y más escasa por cada año que pasa. Las tierras, el agua, el cielo, estarán envenenados, y el hombre vivirá en la cólera del Creador. Al principio el hombre se refugiará en las ciudades, pero allí morirán.

Unos pocos escaparán a lugares remotos, pero la naturaleza salvaje los destruirá, porque hace mucho tiempo les fue dada la oportunidad. El hombre será destruido, sus ciudades en ruinas, y entonces sus nietos deberán pagar por los pecados de sus abuelos y abuelas.

Pero no todo está perdido:

 Sólo hay esperanza cuando se vean los primeros dos signos… En el tercer signo, la noche sangrienta, ya no hay esperanza, porque sólo los Hijos de la Tierra podrán sobrevivir.

Se dará al hombre estos signos de advertencia. Si no se les presta atención, no podrá haber esperanza, porque sólo los Hijos de la Tierra serán purgados de los cánceres de la humanidad, del pensamiento destructivo de la humanidad.

Serán los Hijos de la Tierra quienes traerán la nueva esperanza de una nueva sociedad, viviendo mas cerca de la Tierra y del Espíritu“. Luego se hizo el silencio.

El paisaje se despejó y todo volvió a ser normal, y el Gran Abuelo salió de su Visión. Estremecido, dijo que había vagado durante toda la nueva estación, tratando de comprender lo que había recibido.

Pues eso, tratemos de comprender. ¿Acaso hace falta creer en profetas para saber que el mensaje de los hopi no es ninguna tontería? fuente

MAS INFO:http://buenasiembra.com.ar/salud/meditacion/mensaje-del-jefe-hopi-dan-evehema-a-la-humanidad-1084.html

http://buenasiembra.com.ar/esoterismo/profecias/indios-hopi-92.html

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